Palabras Sobre La Plástica De Silvia Rodríguez
La primera vez que vi a Silvia Rodríguez Rivero fue en un concierto de su esposo, José María Vitier, en la Iglesia Parroquial Mayor de Remedios. Entonces aún no había comenzado a pintar su obra; una peculiar muestra del mundo que rodea el entorno de la familia Vitier-García Marruz.
Por: Jorge Luis Betancourt
2018/04/30
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Adentrarse en la obra plástica de Silvia Rodríguez, es como descubrir desde los parabanes, un sitio mágico, donde los rostros reposados de una misma mujer, nos dicen insinuantes, hacia donde van los pasos espectadores en la sala concurrida. Crueles muchachas que se esconden con pudor tras encumbradas bambalinas, salen a la luz de los mirones, esas hadas que para mí, es la transmutación de la propia autora, jugando a ser la traviesa que va y vuelve del tiempo, como pequeño y sutil arpegio de tules transparentes, o como travestida mariposa diurna en la partituras amarillas del amante eterno.
Ella domina la luz sin imitar las nebulosas manchas. Casi es su cuerpo rostro, imitación perfecta, de tanta música recitándole conjuros. Salvar de tiempos inmemoriales, la criatura que la suerte parió sin forzos, vale una nota fresca del piano milagroso, donde esta muchacha, nos divierte y reflexiona.
De ese piano, es una blanca…
Van las dulces veladuras armándose con espejos que Silvia domina desde un temperamento poco usual en la nueva ola del marasmo producido por el otro modo de pintar los sueños.
¿Renacentista?
¡Gracias providencia!
No es concepto de adivinaciones, armar la trama teatral que a veces, o siempre nos converge al diálogo con la memoria límpida de esta alucinante criatura parida por un ahora, pese a que los años han resarcido con fina serda, cada minúscula vena en sus latidos.
Silvia. Retrata esa vejez de ayer, con mujeres granadas en las calóricas pincelada de oníricos sueños. Ya la plástica consiguió revertir con renovada suerte a la artista.
Es ahora lo que esa premura a de llamar, arte del bueno. Fijemos la mirada aguda.