Palabras para Catalogo de Obra de Silvia R. Rivero
Por: Moraima Cavijo Colónoctubre de 2020Fuente: pag web de la pintora Hace casi una década que Silvia Rodríguez Rivero comenzó a pintar. Dentro de su formación polifacética y su acercamiento constante a la música y a la poesía, nos sorprende que la plástica emerja con tanta fuerza, como una curiosidad primero, investigación y recreo después,…
Por: Moraima Cavijo Colón
octubre de 2020
Fuente: pag web de la pintora
Hace casi una década que Silvia Rodríguez Rivero comenzó a pintar. Dentro de su formación polifacética y su acercamiento constante a la música y a la poesía, nos sorprende que la plástica emerja con tanta fuerza, como una curiosidad primero, investigación y recreo después, y necesidad y forma de expresión definitivas en su vida. Ha llegado la hora de dar a conocer una parte de su obra sin el asidero forzoso del guion de una muestra, ni las limitaciones que implican los espacios de una sala de exposición.
Génesis, Galerías de Arte, ha tenido la feliz iniciativa de editar un catálogo con obras escogidas de su trayectoria, donde se enfatizará en los últimos años, plenos de madurez y con la presencia de los temas que en su obra llegaron para quedarse, como la insularidad, la mujer, el éxodo, la religiosidad, la naturaleza, la música y el amor.
Aislados, de 2018, reúne en una isla a manera de barca a la deriva, personajes de diferentes escalas, sus reiteradas figuras de perfil con tocados sinuosos y el mar como fuerza mayor, que puede llevar a estos personajes más allá del horizonte. Este tema, vinculado a la partida hacia un destino siempre incierto, se reitera en las obras pensadas y realizadas para una muestra en Cayo Hueso, que aún se encuentra del otro lado del Estrecho, testigo de tantas historias a lo largo de casi dos siglos, desde que comenzara el intercambio que la cercanía propiciaba, hasta su inevitable protagonismo en la historia reciente.
Obras mayores Contracorriente, Lejanía y especialmente Equipaje, todas del año 2019. Este desgarramiento de la separación y el viaje hacia un destino desconocido, lo expresan sus personajes llevando consigo lo que dejan atrás, y mirando hacia sus nuevas expectativas.
Este equipaje es material, algunas fotografías, recuerdos u objetos personales, pero es principalmente una carga de recuerdos fracturados con la partida, algunos indelebles, otros eventualmente efímeros. Justo en el punto más cercano de la geografía, en el último de los cayos que se acercan al lugar donde nuestra isla marca su latitud más alta, se encontraron con el público por vez primera.
Muchos comentarios suscitaron estas obras, por su vigencia, por las experiencias de vida de tantas personas, todas diferentes, ese viaje se ha reiterado entre estas dos orillas, tan cercanas y a la vez tan distantes, pero tiene muchos otros destinos, solo los cuatro puntos cardinales los pueden resumir. El éxodo es además un fenómeno universal, y es el propósito de la artista mostrarlo así, muchos ya no están e incluso mueren lejos de donde nacieron o dieron sus primeros pasos, de norte a sur y de este a oeste.
La música tiene que estar presente en la obra de Silvia Rodríguez Rivero. De manera natural ha formado parte de su vida, protagónica entre las artes, aunque todas le han sido cercanas. Es músico El Ángel de la Creación, aparecido con teclado en la falda, primero en lienzo y reiterado en madera, convocando al espíritu de los elegidos para cobijarse bajo sus alas.
El piano, de 2018, es un protagonista de la obra del mismo nombre, como el instrumento en si puede serlo en la música misma. La inusual vista aérea de la composición, sitúa al ejecutante en un plano superior, dueño absoluto de los sonidos que vamos a escuchar. Dentro del propio piano se ubica una figura, a la que se le escapan algunas criaturas con cabezas ornamentadas, y que descansa sobre un apenas perceptible paisaje del malecón habanero en una noche de luna llena.
Los instrumentos musicales han sido objeto de sus fantasías en varias ocasiones, incluso en imágenes dirigidas al universo infantil a través de la animación cinematográfica. La recreación de las piezas que emiten sonidos dejó una saga de cartulinas, que bajo el nombre de Los Músicos, ha sido expuesta en su quietud inicial, antes de que se convirtieran en personajes traviesos.
La figura humana reitera su aparición en la obra de Silvia. Como convocados por la artista, en El Reino del Caos, muchas giran en torno a un eje imaginario, como empujadas por el viento en espiral. Al centro, sin embargo, un árbol acoge a dos figuras quietas que podemos pensar que volarán, ya que el árbol exhibe sus raíces y estará también a merced del torbellino que le rodea. Estáticos o en movimiento, los rostros y los cuerpos sugieren una imagen dantesca, que el poeta florentino concebía a través de algunos de sus personajes, permanentemente condenados a ser arrastrados por la tormenta.
Mandala lleva sobre su cabeza un gran peso, nada menos que el universo real y el propio de la artista. Nos mira con serenidad porque a la vez es equilibrio, en sus espacios cabe la naturaleza, el mar, los personajes de distintas escalas, la tierra y los árboles. Es una pieza resumen de muchos temas y a la vez de su fértil imaginación, y está siempre a la vista en su ámbito cotidiano. Otro tema que luego tomara mayor protagonismo en su obra y que es el referido a la arquitectura asoma aquí, las ciudades que después se nos harán familiares, y que la artista declara que es La Habana, como dudarlo, en su propio eclecticismo y muchas veces a orillas del mar.
La religiosidad forma parte de su formación, de su espiritualidad y de su propia tradición familiar. Nuestra Patrona aparece en muchas de sus obras, aun en las más tempranas, explicita o sugerida por el color amarillo, que identifica a Oshún en el sincretismo que nos es propio. Una figura de blanco protegida por una sombrilla, se reitera en varias de sus obras, Iyabó también está presente. La Virgen triste es casi ingrávida, discreta, callada como corresponde a su ánimo, sus tonos son pasteles, basta su presencia, no es necesario nada más.
La naturaleza y especialmente el mar y la vegetación asoman con frecuencia en las obras, desde la modestia y la soledad del Sembrador de árboles, donde la exuberancia vegetal que lo rodea sugiere que su tarea ha sido permanente, hasta Guardianes del bosque, obra de gran formato con figuras de escala gigante, que custodian la foresta y sus habitantes. Desde los egipcios, y en culturas tan diferentes en el tiempo y la geografía como los mayas, la talla de los personajes ha expresado símbolo de jerarquía, y en esta ocasión la artista se vale de este recurso para destacar a los que cuidan a la propia naturaleza.
En la obra Un tornado en la Habana, realizada inmediatamente después de que este fenómeno devastador e inusual asolara una parte de la ciudad, está también la naturaleza, pero en su furia destructiva, que arrasa todo lo que encuentra a su paso. La sensibilidad de la artista se ve profundamente herida y plasma, en tonos predominantemente grises, lo que dejo a su paso en apenas unos minutos, este episodio tan siniestro como inesperado. El testimonio posterior de algunas de sus víctimas acerca de la obra, sorprende por su identificación con las imágenes del cuadro y la realidad vivida.
El cuadro se incorporó a la exposición Yo te amo Ciudad, entonces expuesta como homenaje a la Capital en su quinto centenario, y se convirtió en el más vigente de los tributos que entonces La Habana necesitaba.
La pintura de Silvia crece en dominio formal, incorporación de nuevos temas, y a la vez fidelidad a sus personajes iniciales. De una infancia a otra infancia, retoma la perspectiva en diagonal, ya vista en obras anteriores, con la soledad de un solo niño que corre entre vidrieras desde donde lo observan personajes algo desdibujados, a manera de una escenografía. Predominan los tonos ocres, donde resalta el blanco de la figura central.
En los inicios del año 2020 debía estrenarse una obra monumental del Maestro Jose Maria Vitier, su compañero de vida por más de cuatro décadas. Para la ocasión se concibieron tres obras en correspondencia con iguales momentos de la música, estas fueron Pórtico, Mediopunto y Vitral. Estas imágenes alusivas a sus títulos, de gran belleza formal y coherentes en su conjunto, representan la interpretación plástica de esa música fabulosa dedicada a homenajear a La Habana y a su Historiador, a quien se dedica esta creación colectiva. La entrañable amistad que los unió a los tres se traduce en este trascendente aporte a la Cultura Nacional, cuya presentación pospuesta por la enfermedad desoladora que ha marcado en este año a todo el mundo, hizo que Eusebio Leal no alcanzara a disfrutar de su estreno.
Con grandes colores planos y aun mayor formato, siguiendo el lenguaje de Vitral, la pintora se inspira en este año desolador que aún no termina, para dejarnos la pieza que titula Invocación al Ángel de la Salud, que se yergue con las alas abiertas y sendas figuras tristes que protegen a las víctimas de la pandemia, agrupadas en una barca.
Casi desde el inicio, la pintura de Silvia ha buscado otros soportes. Pequeñas maderas articuladas de fecha muy temprana, anuncian lo que serán más tarde sus misteriosos y extraordinarios retablos, verdaderas esculturas policromadas y desmontables, de tres partes por cada lado, con elementos añadidos a manera de chimeneas, pequeñas y ocultas gavetas que develan posibles secretos, y elementos articulados, todos vinculados al conjunto.
Estas obras requieren una minuciosidad de orfebre, y combinan la madera con el lienzo de forma armoniosa y casi imperceptible. Abiertos y colocados al centro de un espacio, son de una belleza plástica extraordinaria y nos comunican una narrativa, que es posible interpretar de acuerdo con el título y el tema, e incluso crear historias diferentes o hasta propias. En esta publicación se han seleccionado dos de los más recientes, Novia de la Ciudad y La isla que habita en mí.
El primero fue concebido para homenajear a La Habana en su medio siglo de existencia, y como un regalo personal para su entrañable amigo Leal, que lo prestó en ocasión de la presentación de la Muestra Yo te amo Ciudad, que tuvo lugar en el Palacio de Lombillo en la Plaza de la Catedral, en los inicios de la conmemoración del medio siglo de la Capital.
En la obra se personifica a La Habana como una mujer, que lleva en su largo cabello las palmas, eterno símbolo de cubanía, y un grupo de fachadas, que se repiten en diversos planos sobre el vestido en movimiento. Los fondos difuminan el azul del mar y sobre ella vuela un pequeño ángel protector. Otra figura femenina aparece en la imagen del reverso, portando la Cruz de la Orden de Calatrava, la misma que tiene nuestra Giraldilla en su mano, y donde se colocaba desde el siglo XVII, una banderola que indicaba la dirección del viento a los buques que entraban en el apetecido puerto de La Habana.
La isla que habita en mí es una pieza de grandes proporciones, y coronada por un pequeño techo a dos aguas al centro, también sobre planos ornamentados. De una parte, el protagonismo absoluto de la figura femenina, en una novia con falda de olas y tocado de paisaje y El Malecón, que se hace explícito en la figura mestiza que aparece en uno de los laterales con el Morro a la cabeza, y balancea el conjunto con otro rostro con sombrero en forma de velero. La sombrilla invertida y el árbol arrancado no aparecen por primera vez en su obra, pero es un motivo que puede constituir una pieza independiente, de composición cerrada y total autonomía.
La otra parte de La isla… es la orilla, nuestra frontera, con la vegetación que nos caracteriza y un globo que se eleva hasta el remate de la obra. Un pirata acecha nuestra costa y las figuras ornamentadas de tocados, sello indiscutible de su obra, completan el conjunto.
A propósito de la mencionada exposición de homenaje a La Habana, el Taller Rene Portocarrero realizó una tirada limitada de dos serigrafías de sus obras más emblemáticas, la propia Novia de la Ciudad, parte central del retablo del mismo nombre, y Vuelo Nocturno. Esta última, del año 2016, de composición horizontal y de total simetría, nos proyecta sobre fondo negro, un busto femenino de cabeza ornamentada donde apenas se adivinan criaturas oscuras, y que abarca todo el litoral en el plano inferior.
Su otra incursión en el grabado se produjo como parte de un proyecto organizado por el Taller Experimental de Grafica de la Plaza de la Catedral, donde realizó una litografía que combina texto e imágenes.
La decoración de la cerámica se ha convertido también en motivo para desplegar sus colores y su imaginación. Vasijas de distintos formatos y variadas formas han sido intervenidas por Silvia, constituyendo cada una de ellas una pieza única. Los motivos, apegados a sus temas más frecuentes, se adecuan a la sinuosidad variada de las formas. Ha sido Trinidad, villa de alfareros tradicionales, la que le ha servido de fuente para proveerse del material necesario.
Ha pintado un mural, con todo el rigor técnico que requiere intervenir un espacio que estará expuesto en un área permanentemente abierta. Nos da la bienvenida al sitio que en su casa se identifica como La Galería. Su título, Los pasos perdidos, nos hace pensar de inmediato en la novela homónima de Alejo Carpentier.
En ésta el protagonista es un músico, obvia similitud, en la obra una mujer parte y abandona la escena con la ciudad a cuestas, otras criaturas bien podrían habitar la selva venezolana Orinoco abajo, las raíces que abrazan el piano dan fe de la exuberancia de la vegetación, que como selva tropical, puede ser común en el Caribe. Es una gran obra, no solo por su formato, y afortunadamente cuenta con una versión en lienzografía que permite su exhibición.
Ha probado que es capaz, y el resultado puede colmar las expectativas del más exigente, pero pintar murales generalmente requiere mucho tiempo y un espacio concebido para ello, por lo que no sabemos si esta experiencia se repetirá.
Lienzos, temperas, madera, grabado, cerámica y pintura mural han sido las técnicas sobre las que ha desplegado su trabajo creativo. Sin perder un lenguaje que la identifica, ha incursionado con éxito en varias manifestaciones, variando sus formatos, evolucionando en sus maneras de delinear las figuras y aplicar el color, pero a partir de formas de expresión que la definen en el uso de sus temas y la manera de abordarlos. La irrealidad de sus composiciones, llenas de poesía y de sueños en el despliegue de criaturas que vuelan a su alrededor, mares que recuerdan que permanentemente flotamos, ángeles y mujeres que vuelan, la vegetación que invade los espacios, la música que hasta salpica de notas sus cuadros, celosa cuando no tiene el protagonismo absoluto. La obra apenas comienza, aún es joven aunque la iniciara en fecha algo tardía, pero su necesidad de pintar nos asegura que este maravilloso entorno va a continuar rodeándonos, hasta hacernos parte de su mundo, donde entraremos solo si ella nos lo permite, o tal vez ya estemos dentro de el sin darnos cuenta.