La luz de lo imposible (Diciembre 2016) por Janet Ortiz

“Son ellos, los místicos, los artistas, los poetas, los que revelan a los demás, al solo resplandor de una palabra, de un trazo, de una música, el mundo mágico que todos llevamos dentro”.
Dulce María Loynaz

Por: Janet Ortiz
Diciembre/2016
Fuente: Catálogo de la Exposición

En el amplio horizonte de las artes visuales contemporáneas de Cuba, confluyen muchas tendencias y filiaciones. El que ha podido asomarse a su paisaje, conoce de su riqueza, de la maestría de sus ejecutores, de su alto nivel creativo y conceptual, de su actualización de medios y soportes, de lo variopinto en esos recursos formales y lenguajes que definen a los numerosos autores que lo habitan. Es como si la Isla eclosionara a través de sus artistas, en una sociedad amurallada por el estatismo y la pasividad. Es ahí donde entra el imposible y su luz a desempeñar su papel edificante. Desatando emociones, apresando recuerdos, construyendo sueños. El imposible anhelante, propulsor, nutricio, nos da el coraje y nos muestra caminos, como un faro o como un escuálido rayito de luz.

De todo esto tratan las obras de Silvia R. Rivero. De la imaginación y la memoria. Del afecto. Espontánea, pero no ingenua, sencilla pero nunca simple. Contemplativa pero no banal. Nos conecta no solo con su mundo sino con nuestro propio universo espiritual, toda esa belleza mágica, íntima, salvadora que llevamos dentro. Hay en su lenguaje cierto parentesco formal con los códigos empleados en el arte popular, pero lo desmiente el artificio solapado de sus símbolos. Con él comparte su autodidactismo técnico, pero no conceptual.

Los cuadros de Silvia se estructuran como la melodía de una canción, a la medida de la voz humana, buscando la armonía, develando la pasión. En ellos se abordan temas cotidianos, vernáculos, pero también universales, como el paso del tiempo y el amor. Tanto en la narración como en la composición, pueden aislarse estrofas, versos y estribillos, aunque estas categorías no pertenezcan al lenguaje visual. Es que su autora no puede desmentir la retroalimentación que le llega desde la música, ni el impacto de la poesía en su vida como fuerza ancestral.

En casi todos figura la floresta. Árboles que con sus ramas entretejen una urdimbre de relaciones simbólicas y discursivas, como elementos de sintaxis. La floresta cobija sus personajes, le sirve de camuflaje, los conforma, pero también le permite esparcir esas pinceladas de moderado cromatismo con las que recrea una particular atmósfera de porte expresionista. No hay una intención pintoresquista en ellas, sino que es allí donde emerge su voluntad estilística.

Lo femenino es un rasgo distintivo en el conjunto de estas obras. Con refinamiento, Venus aparece en cada creación envuelta en aires románticos. Las señales se manifiestan a veces muy directas, y otras más intrincadas. La gracia, la maternidad, la actitud protectora, el pensamiento abarcador, complejo y fecundo que se proyecta afuera simbolizado en sus cabezas de medusa, son temas constantes. Las sombrillas, cerradas o abiertas, tienen su carga de erotismo. Las cerradas, refieren el yang, la penetración; las abiertas –casi siempre trasladan en su seno una pareja– representan el yin, el gran receptor; y esos personajes en poses acrobáticas o trepados en ciclos, sugieren un encuentro, un interés de conquista, un juego ingenuo, una muestra de exaltación.

Hay dos cuadros que aparentemente difieren del conjunto: Iyabó y Calle Cuba. Ellos representan aspectos que nos definen. Puesto que somos Isla, el mar, siempre el mar que se pierde en el horizonte. Puesto que somos mestizos, la religiosidad popular alimentada con sangre africana y española, impregnada en el carácter de todo cubano. Y luego, ese paisaje urbano, cubierto por nuestra bandera, donde se distinguen visiblemente el perfil de nuestra capital, La Habana, amada y venerada por todos. Son piezas-homenajes que no podrían faltar.

Lienzos y retablos confirman una gran creatividad. La mano inquieta interviene con sus fabulaciones cada plano que se le interpone, desde un trozo de palma real derribada por la naturaleza, hasta un mueble desechado que oculta sus secretos, o un lienzo sin imprimar. Lo imposible se vuelve arte, se vuelve luz, se hace realidad.